jueves, 2 de mayo de 2013

Las mamás y las remodelaciones

Escribo este post sentada en el mueble en el que me permiten posarme porque no le ha llegado la renovación. Bueno, mi casa no ha pasado por una remodelación extrema. Gracias a Dios, porque sino tendríamos prohibida la entrada. Y es que, mi mamá al igual que muchas otras que conozco tiene esa tendencia sobreprotectora de lo nuevo. Por ejemplo, una mesa de comedor donde no se puede comer porque se raya o una lámpara que no se puede dejar mucho tiempo prendida “no vaya a ser que el bombillo queme la base”. A mi me gustaría creer que quien diseñó esa lámpara tomó en cuenta la base pero no se sabe.

En otras casas he sido testigo de alfombras que no se pisan, ollas que no se usan porque “esas son las rena ware, me muero si se me queman”, vajillas en las que no se come, vasos en los que no se toma y salas de ‘estar’ donde no se puede ‘estar’.

En muchos casos estas restricciones tienen una base muy justificable, como una alfombra blanca. Pero uno se pone a pensar… ¿y quién les habrá hecho la maldad de instalarles esa alfombra blanca?. Muy válida también la preocupación de que la mesa de vidrio se raye. Válida si uno pretende hacer figuras de foami y cortarlas con un exacto directo sobre el vidrio. Pero quizá un mantel o individuales muy resistentes puedan devolverle la utilidad a ese objeto.

Ahora bien, las ollas. Toda señora mayor concuerda con que una rena ware es una olla “para toda la vida”, pero su creador no se refería a que la dejara sin uso en una vitrina para siempre. Una olla, un cubierto o una vajilla son cosas creadas para el uso cotidiano. Comprarlos y no usarlos es quitarles su propósito de vida. ¿Ustedes nunca vieron La Bella y La bestia? Esa pobre vajilla terminó bailando y cantando a escondidas para tener algo que hacer.


Se entiende por supuesto que cada quien quiera cumplir su sueño decorativo. Pero seamos sinceros, si su familia consiste de 3 niños menores de 10 años que juegan futbol 2 veces por semana, evalúe seriamente la decisión de pintar sus paredes de blanco. Si en su familia la torpeza abunda, no compre una vajilla carísima de porcelana digna de una película sobre la realeza.

Si la practicidad no es posible busquemos una solución. Invierta en unas boticas de ese papel de burbujitas para la visita. O sirva el café con pitillos y diga que es ‘trendy’. Entréguele a cada invitado su vela o linterna para que nadie pida prender esa lámpara que usted tanto cuida. Tenga un cajón secreto en la cocina con ollas viejas y sartenes a los que ya les dañó el teflón.

Mi único llamado a esta y próximas generaciones es que consideren la loca idea de comprar muebles donde de hecho se puedan sentar. Darle un uso responsable a sus objetos. Por un mundo de cosas útiles que no tengan que asistir a una futura reunión de “Asociación de Objetos Inútiles Anónimos”. Imagínese esta triste imagen: “Hola soy una cafetera que nunca coló café y cuando quisieron usarme ya mis filtros estaban descontinuados”. No hay derecho chica, no te lo hay.

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